Bruselas es...

Bruselas es el número 34, rue de Treves,
una ventana y una cama
y, un poco más arriba,
los fogones del infierno
y el plomo del tejado.

Bruselas es una habitación
sobre el Café de l’Yser,
donde las manecillas
se vuelven manos, manazas,
al apretar el cuello,
mi cuello.

Bruselas es una plaza
adonde dan las terrazas del mediodía
para el canto comunitario
del sandwich y de la pureza
de las calles recién regadas
por la suciedad de las alcantarillas.

Bruselas es, sin embargo,
un verso que no termina
en los labios de una niña
que acaba de abrir los ojos
a su propia sombra.

Sí, Bruselas, esa Bruselas
donde los niños hacen pis en las esquinas,
donde los pájaros toman las plazas
y los loros se ríen del frío
;esa Bruselas que me enseñan
los dedos de una niña
que se olvidó de crecer.

Bruselas es ella,
chiquilla y ya más de veinte años,
luminosa y soleada tras su pelo
y abrupta por los versos
que no brotan de la tristeza.

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