Te encontré en las avenidas
con rastrojos de farolas
y luciérnagas de neones
pero no quisiste los ojos
donde anida el cansancio de los ojos
y los ojos.

Me llevaste a los bancos sin aceras
para que no hubiera labios
para el cansancio
y sean las manos
cierta sordera del regazo.

Aún dormían los celacantos
y ya se habían huido los babuinos
con sus esencias de extrañeza.
Aún dormían los anélidos
y ya se habían sentido los escalofríos
con sus formas de hipocampo.

...Y me intestaste morder los hombros
para que no hubiese cansancio.
Yo, después de todo, me atornillo la cabeza
y me siento en la barra del silencio
para adivinar los ciales
que no se escriben en los márgenes
de mi escritura... tus ojos.

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