Recuerdo de Eduardo Rosenzvaig

Creamos un ángulo recto
en una biblioteca
donde escribir un poema
era un grito.

Hablábamos en voz alta
ante la mirada de los lectores
que no entendían de aquellas
santísimas viruelas.

Leías desde tus ojos
con las gafas en la mano
y movías los labios
en busca de la palabra perfecta.

Nos regalabas té caliente
y nos leías tus folios
para llevarnos a tu mundo
lejos del frío y de la piedra.

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Salamanca era fría aquel invierno
pero nos traías la escarcha en tu pelo
y derretías ese enero
desde la cabeza de alfiler
de tus ojos.

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